VIRGEN MARIA

¡Ave María!
Imagen en el Santuario Sagrados Corazones de ToledoI
Como sabes, la Virgen María nunca se queda con nada de lo que le decimos o damos, todo lo remite a Dios, como nos recuerda el Magnificat ante las alabanzas de su prima Isabel.
Nuestra Señora de Fátima le decía a Sor Lucía, esta frase preciosa que yo tengo puesta en la pared de mi despacho, porque me anima muchísimo. Seguro que a ti también: "¡No te desanimes! Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios".
¿No te consuela pensar que, si nos damos a Ella, Ella nos entrega a Jesús? A mí mucho me ayuda esto. Pensar que desde que estoy consagrada a la Madre de Dios, Ella cuidará de mi y ya puedo yo apartarme, que nunca permitirá que lo haga por mucho tiempo, porque Ella es muy cuidadosa de "sus cosas", me consuela mucho. Me siento segura con Ella, sé que vendrá a buscarme si equivoco el camino.
Y para continuar, ahora te transcribo parte de una página que he encontrado en internet. Es un resumen muy bueno que te puede ayudar en este camino hacia la consagración a la Virgen (si aún no lo has hecho), o la frecuente renovación de esta promesa.
Pincha aquí: CONSAGRARSE A MARÍA
Y lo que sigue a continuación es parte de ese contenido:
En que consiste la Preparación para la Consagración al Inmaculado Corazón de María
Consagrar algo significa hacerlo sagrado
Al ofrecer nuestra vida a la Virgen María hacemos la promesa de pertenecerle de por vida, y esta promesa se hace sagrada y perpetua.
Nada debemos excluir de esta lista. Ya que Ella se ofrece a administrar santamente estos bienes nuestros, como lo hizo aquí en la tierra en lo propio cuando vivía junto a José y a Jesús, y como lo hace actualmente con miles de almas consagradas, que ya se han confiado a Ella.
Sobre todo entregamos nuestra vida y todo lo que ella incluye:
  • Nuestro amor a Dios, mucho o poco, Ella se encargará de incrementarlo y perfeccionarlo...
  • Nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
  • Nuestros sentimientos, dolores físicos y espirituales, rencores, amarguras, alegrías, tristezas.
  • Nuestros sacrificios, penitencias, oraciones, actos devotos y píos.
  • Nuestros seres queridos, cónyuge, hijos, padres, hermanos, amigos...
  • Nuestros trabajos, empresas, obras de bien.
  • Nuestros empleados y personas a cargo que podamos tener.
  • Nuestros bienes materiales y espirituales.
  • Nuestros pasatiempos, descansos, vacaciones.
  • Nuestros pecados pasados, nuestros vicios y debilidades, nuestros egoísmos, soberbias y defectos.
  • Nuestras virtudes, dones y talentos. Nuestros conocimientos, estudios, carreras, postgrados, doctorados.
¿Por qué la Virgen nos pide esto?
El mundo y sus habitantes recorremos en estos días, caminos amargos de dolor y desolación. Nos hemos apartado de Dios, encerrándonos en nuestro egoísmo y soberbia.
Nos hemos olvidado del mandato más importante que nos dejó Jesús:
" Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado."
Así, apartados de la Divina Voluntad, sufrimos hoy los dolores desgarradores de esta soledad, provocada por nuestros errores...
Pero nosotros, por gracia de un Dios amoroso, contamos en el Cielo con una Madre que sufre y clama por nosotros a cada instante. Que piensa en cada uno como si fuera el único. Que se alegra con nuestras buenas obras, y se preocupa y entristece con los pecados que cometemos.
Dios le ha concedido a la Virgen Santísima, en estos últimos tiempos, que sea nuestra Arca de Salvación. Que de su mano, protegidos con su manto, y mediante el acto de consagración a su Inmaculado Corazón, retomemos ese camino del cual nunca nos deberíamos haber apartado, el que nos lleva a Jesús y nuestra vida eterna en el Cielo.
Por lo tanto, la Virgen Amabilísima, nos busca, nos llama, nos insta a la conversión del corazón.
Pero no solo se queda en este pedido. Nos dice que, si nosotros decidimos consagrarnos a Ella, este trabajo de conversión, será más rápido, más fácil, más seguro y más corto, que si lo deseáramos hacer lejos de su afable protección.
¿Qué hará María, con nuestra entrega?
Con nuestras vidas y todo lo que ellas incluyen bajo su protección  podremos vivir tranquilos, sabiendo que la Bendita entre todas, la Bienaventurada ante los ojos de Dios, se encarga, a partir de nuestra consagración, de organizar nuestras vidas, de manera que lleguemos lo antes posible al destino de la santidad y salvación de nuestras almas, y la salvación y santidad de nuestros seres queridos.
Santificará esta ofrenda hecha por nosotros y la hará llegar hasta el mismo Jesús en una bandeja de oro. Esto quiere decir, que todo lo que entregamos Ella lo limpiará de vicios y errores. Luego lo ofrecerá a su Hijo muy amado, como muestra de nuestra voluntad de cambiar, de ser mejores, de aprender a amar a Dios y a nuestros semejantes.
Jesús no detendrá mucho tiempo su mirada en esta ofrenda, más bien perdido de amor en los ojos de Su Madre, le concederá a la Omnipotencia Suplicante lo que está solicitando en favor de la salvación de este hijo por el cual intercede.
Ella volverá a nosotros con un corazón nuevo. Un corazón lleno de amor, que reemplazará al corazón de piedra que había en nuestros cuerpos hasta antes de nuestra consagración.
Ella es la mejor evangelizadora, la mejor catequista, la mejor formadora. No se detendrá en este camino de cambio espiritual.
Y aunque nosotros podamos olvidar la promesa sagrada que hicimos de entregarnos todos a Ella, Ella nunca nos abandonará ni olvidará lo que prometió en el momento de nuestra consagración.


CUANDO NOSOTROS DECIMOS: ¡MARÍA!

MARÍA DICE: ¡JESÚS!




CUANDO NOSOTROS DECIMOS: ¡JESÚS!

JESÚS DICE: ¡MARÍA!